martes, 30 de noviembre de 2021

Crítica: Ghostbusters: Afterlife (2021)

Película dirigida por Jason Reitman, quien además comparte créditos como co-escritor del guión junto a Gil Kenan. Se estrenó en cines tanto en México como los Estados Unidos el 18 y 19 de noviembre, recaudando hasta el momento $115.7 millones de dólares en taquilla a nivel mundial.

Sinopsis:

Cuando una madre soltera y sus dos hijos arriban al pequeño pueblo de Summerville su conexión con los cazafantasmas originales y el secreto que su peculiar abuelo dejó detrás empiezan a traer peligros y revelaciones difíciles de creer.


Comentarios generales:

Si vivieron parte de su infancia durante la segunda mitad de los 80s o a inicios de los 90s es muy probable que Ghostbusters haya sido uno de sus primeros acercamientos al género de terror, ya fuera por las dos películas o por la increíblemente popular caricatura y todos los juguetes que salieron junto con esta. Algo que sin duda la convierte en una franquicia bastante especial que sorprendentemente no había recibido demasiada atención más allá de un polémico remake, aunque con Afterlife parece que ha llegado ese home run que necesitaba para volver a ser relevante.

Y es que lo traído por Reitman es una secuela directa con la que no se deja apabullar por el factor nostalgia pero tampoco rehúye a utilizarlo para rendirle homenaje a las películas de los 80s. Lo cual hace que esta sea una historia que se cocina a fuego lento debido a que se toma su tiempo para introducir a varios personajes nuevos bastante carismáticos y a la vez ir soltando poco a poco referencias de los cazafantasmas originales que no solo ayuden al público más joven a familiarizarse con estos, sino que también vayan creando determinadas conexiones con los sucesos que ocurren en Summerville para tener una idea más clara de los peligros que se avecinan.

Todo esto siempre bajo un humor que hace que las acciones resulten amenas hasta que el ritmo se torne más caótico una vez que los elementos supernaturales empiecen a tomar protagonismo durante el segundo acto. Uno en donde finalmente se puede ver en su máximo esplendor la esencia de Ghostbusters al combinar la acción con situaciones cómicas sin que la sensación de riesgo se pierda, trayendo de vuelta a fantasmas conocidos con los que se establece una amenaza a mayor escala sin que terminen de aprovecharlos en su totalidad gracias a que sus apariciones son un tanto fugaces.

Detalle que causa algo de fastidio, sin embargo, resulta algo menor y no afecta para nada una parte final que es realmente buena al contar con la intensidad y la espectacularidad necesarias como para regalar un buen show visual. Aunque no solo se limita a eso debido a que también se logran generar momentos bastante emotivos que de cierta manera significan el cierre de un ciclo y el inicio de otro para la hipotética continuidad de la franquicia.

Sobre las actuaciones nos encontramos un elenco muy carismático en el que veteranos como Paul Rudd (Grooberson) y Carrie Coon (Callie) hacen una buena labor para mantener un balance adecuado entre el humor y la limitada parte “seria” de la historia, aunque es innegable que el alma de la película es el lado adolescente. Siendo Mckenna Grace como Phoebe la que más destaca debido a que este personaje en verdad es muy peculiar y te encariñas de inmediato con sus rarezas, convirtiéndola rápidamente en la perfecta heredera de lo que representan los cazafantasmas.  

En cuanto a producción nos encontramos con una factura impecable: el trabajo de fotografía es sólido, la dirección de arte está bien cuidada, tiene un buen score, el trabajo de sonido es espectacular, los efectos son de primer nivel y la labor de maquillaje cumple.

* Cuenta con escenas a la mitad y al final de los créditos. 

Opinión final: Ghostbusters: Afterlife me gustó mucho. Genial secuela/homenaje para una franquicia legendaria.

Ojometro:
****